jueves, 26 de febrero de 2009

El contagio de la crisis internacional

Por: César Ferrari, Ph.D.
Profesor Universidad Javeriana

Publicado en La República de Bogota el 26 febero 2009

“En los últimos tres meses, la producción industrial en los Estados Unidos y Gran Bretaña cayó 3.6% y 4.4%, respectivamente, (equivalentes a una declinación anual de 13.8% y 16.4%)… En el cuarto trimestre la producción industrial alemana cayó 6.8% y la de Japón 12% (que ayuda a explicar por qué su PIB está cayendo mucho más rápidamente que a principios de los noventa). La industria está colapsando en Europa del Este así como en Brasil, Malasia y Turquía. Miles de fábricas han sido abandonadas en el sur de la China” (The Economist 19/2/2009). Y hace pocos días, la ANDI anunció que las manufacturas colombianas habían entrado en recesión.

Y a pesar de tales anuncios, algunas personas continúan sosteniendo que América Latina está protegida de la crisis económica mundial y que, en todo caso, su impacto será mínimo y la recuperación vendrá pronto. ¿Será posible?

La recesión en Estados Unidos, Europa y Japón y el menor crecimiento en China inducen una menor demanda de materias primas (combustibles, metales, productos agropecuarios) para su producción industrial. Ello produce una disminución significativa de sus precios internacionales (petróleo: de US$ 145 barril a US$ 38). La reducción de ingresos por exportaciones en América Latina, concentradas en materia primas, es consecuente.

A su vez, la recesión genera desempleo, que se traduce en una disminución del ingreso de los migrantes y, por lo tanto, de sus remesas. Existe evidencia de que se están reduciendo rápidamente. Según el Banco de España, en los nueve primeros meses de 2008 fueron 7% menos que en el mismo periodo de 2007.

Un tercer efecto recae sobre los flujos de capitales e inversión extranjera. En 2008, según la balanza cambiaria, la inversión extranjera neta en Colombia fue US$ 5,729 millones, US$ 3,073 millones menos que en 2007.

Llegaron en busca de rentabilidad por los diferenciales de tasas de interés pero, sobre todo, por las expectativas cambiarias. El gerente de una transnacional puede conseguir localmente un crédito a una tasa preferencial del 15% anual, pero prestándose de su matriz le costaría 4%, más lo que suceda con el dólar. Si su expectativa es una revaluación de 15% los recursos de su matriz le costarían -11%, pero si es de una devaluación le costarían 19%. Así, antes de traer más dólares prefiere llevárselos convirtiendo una oferta en una demanda.

Además, si las expectativas de recesión son generalizadas, los inversionistas prefieren seguridad sobre rentabilidad. Con ello mueven sus capitales buscando un último refugio, paradójicamente los bonos del Tesoro estadounidense. Así, liquidan sus posiciones en moneda local, compran dólares y los sacan del país.

Dichos hechos tienen efectos sobre las economías locales. La crisis en Latinoamérica no será resultado de que los bancos locales hayan adquirido derivados financieros que hoy no tienen valor; los adquirieron en pequeñas cantidades. La crisis mundial se está trasladando a través del comercio y los flujos de capitales. Una caída tan significativa en los ingresos externos (¿40%?) genera, inevitablemente, una caída siguiente en los ingresos internos y, consecuentemente, recesión, desempleo, devaluación (54% en Colombia entre junio 16 2008 y febrero 20 2009) e inflación.

Ojala no sea tarde para preparar un plan monetario y fiscal anti-crisis que sustituyendo parte de esos ingresos perdidos reduzca el impacto de la crisis.

martes, 10 de febrero de 2009

Obama, resultados y ejemplos

Por: César Ferrari

Publicado en La República, Bogotá,10 de febrero 2009

El pasado jueves 5 de febrero el presidente Obama defendió en el Washington Post su plan para combatir la crisis económica a partir de un gasto público sin precedentes.Fue contundente su rechazo a las teorías del pasado régimen, que pretendían resolver los problemas económicos reduciendo impuestos a los ricos, acusándolas de causar los graves problemas que afectan a Estados Unidos al aplicarse durante demasiado tiempo:

“En días recientes se han dado críticas equivocadas a este plan que hacen eco de las teorías fallidas que nos condujeron a esta crisis: la noción de que solo la reducción de impuestos resolverá todos nuestros problemas, que podemos resolverlos con medidas incompletas y desconectadas, que podemos ignorar nuestros desafíos fundamentales tales como la dependencia energética y los altos costos en el cuidado de la salud y, aún así, esperar que nuestra economía y nuestro país prosperen.

Rechazo esas teorías como lo hizo el pueblo estadounidense cuando fue a las urnas y votó decididamente por el cambio. Ellos saben que hemos empleado esos métodos por demasiado tiempo. Y por ello nuestros costos en el cuidado de la salud se han elevado por encima de la inflación. Nuestra dependencia del petróleo extranjero aún amenaza nuestra economía y nuestra seguridad. Nuestros niños todavía estudian en escuelas que los colocan en desventaja. Hemos visto sus consecuencias trágicas cuando nuestros puentes colapsan y nuestros diques fallan.”


Orientaciones y comportamientos parecidos hemos visto en América Latina en las últimas décadas. Durante muchos años se ha insistido en unas mismas políticas a pesar de sus fracasos. Y cada vez que se reclamaban mejores resultados, se prometían próximos éxitos argumentando que lo que faltaba era persistir en lo mismo. Juzgar por resultados y modificar de acuerdo a las circunstancias dio paso a la ideología y a las teorías que la respaldaban sin cuestionamientos a la relevancia de sus supuestos.

De tal modo, en gran medida, la política fiscal se desentendió de la compensación y del bienestar social, redujo los impuestos directos para sustituirlos por impuestos indirectos y pretendió que la educación y la salud fueran ofrecidas crecientemente por el sector privado sin consideración a los ingresos reducidos de la mayor parte de la población que tuvo que acceder a servicios de poca calidad compatibles con dichos ingresos.

Y la política monetaria se empleó casi exclusivamente para combatir la inflación y se descuidó sus efectos generadores de tasas de interés elevadas y tasas de cambio deprimidas que reducen la competitividad de las actividades productivas de bienes y servicios transables y, con ello, la inversión en las mismas.

Y la política de regulación permitió que los servicios públicos y financieros actuaran sobreprotegidos en mercados poco competidos. Con ello, aunándose a lo anterior, mantuvieron tasas y comisiones muy superiores a las internacionales perjudicando también la competitividad del resto de la actividad económica.

Así, en casi toda Latinoamérica progresaron casi exclusivamente los servicios sobreprotegidos y las actividades primarias, poco generadoras de empleo, que se beneficiaban de precios internacionales elevados. Y aunque en parte se modernizó, se des-industrializó, se hizo más dependiente de los ciclos internacionales, redujo su posibilidad de crecimiento sostenido de largo plazo y agudizó su desigualdad social.

¿Será posible que aprendiendo de resultados rediseñemos nuestras políticas económicas… como lo está haciendo Estados Unidos?

lunes, 9 de febrero de 2009

Universidades en América Latina. Sugerencias para su Modernización

En memoria de Alfonso Borrero S.J. y su Seminario Permanente sobre la Universidad, por su espíritu libre y crítico y sus enseñanzas.[1]

César Ferrari
[2]
Nelson Contreras
[3]

Publicado en la revista NUEVA SOCIEDAD No 218,
noviembre-diciembre de 2008, ISSN: 0251-3552, .

Salvo excepciones, la universidad latinoamericana es aún pre-moderna: el mérito académico no genera pre-eminencia, sus decisiones fundamentales no son académicas, son administrativas, y su preocupación en torno a su infraestructura se centra en la física por encima de la de comunicaciones y de virtualidad. En gran medida, refleja el comportamiento de una sociedad poco democrática en donde el mérito cuenta poco; los nombramientos y cargos, cuando no la riqueza, definen la posición social; y los edificios y monumentos y no el conocimiento representan la huella social.

En ese contexto, en gran parte de los casos, la preocupación fundamental de la universidad latinoamericana es la docencia, no siempre de buena calidad, poco competitiva a nivel internacional, que se imparte parceladamente a un número limitado de estudiantes. La investigación que desarrolla es insuficiente o inexistente. Como consecuencia de ello, lo que ofrece mayormente a la sociedad son profesionales, no siempre bien preparados y no siempre adecuados a sus necesidades.

Sus profesores a tiempo completo son pocos, rara vez arriesgan una opinión o una orientación, menos aún si ésta representa una contradicción con la verdad oficial o culturalmente aceptada. Sea por tal razón, por que no constituyen un grupo socialmente significativo o numeroso, por falta de apoyo o bajos salarios, muchos de ellos prefieren buscar mayores posibilidades fuera de sus países.

Es necesario superar dicha situación. Es tiempo de transformar la universidad latinoamericana a fin de modernizarla, por el bienestar de la sociedad. De otro modo la educación superior no podrá cumplir su rol fundamental: crear capital humano, adelantarse y servir de guía, ofrecer reflexión y soluciones.

El presente documento quiere contribuir a dicho propósito. Valga la pena aclarar, sin embargo, que las propuestas que incluye no constituyen la única posibilidad. Muy alejado de nuestro espíritu creer que somos los únicos con la única verdad sobre la transformación que se postula.

Cabe también hacer un deslinde claro con la educación como negocio. Las propuestas que se incluyen no se refieren a ésta opción. En realidad deberían ser excluidas como universidades. Si la universidad produce excedentes deberían reinvertirse en el desarrollo de su misión.

Graduados, investigadores, publicaciones y gastos actuales

La universidad latinoamericana es todavía una universidad a la que accede un porcentaje muy pequeño de su población, las publicaciones de sus profesores, reflejo de sus investigaciones, son escasas y los gastos que los países hacen en ciencia y tecnología, parte importante destinada a la universidad, son también reducidos.

La universidad latinoamericana dista mucho de producir los profesionales que la sociedad requiere. Si bien ha aumentado su cobertura a nivel de pregrado, su cobertura a nivel de maestrías es reducida y casi nula a nivel de doctorados. El cuadro adjunto[4] ilustra dichos niveles de cobertura de la educación superior como proporción de la población económicamente activa (PEA) para una muestra de países latinoamericanos y los Estados Unidos.

Mientras que en Estados Unidos en 2005, los graduados universitarios de pregrado representaban 9.75 por mil de la PEA, en Brasil y México, los más avanzados, alcanzan tasas no tan distantes de 7.48 y 7.28 por mil, respectivamente.

Sin embargo, las tasas a nivel de maestría eran menores y, ciertamente, muchísimo menores a nivel de doctorado. Mientras que en Estados Unidos el porcentaje de graduados de maestría era 3.88 por mil y de doctorado 0.35 por mil, en México eran 0.75 y 0.04, en Brasil 0.32 y 0.09, en Chile 0.32 y 0.03 y en Colombia 0.13 y 0 por mil, respectivamente. La insuficiencia en la formación a nivel de maestría y sobre todo de doctorado es notable en América Latina.

Por su parte, el número de investigadores con relación a la PEA que existe en América Latina, la mayor parte localizado en las universidades, es muy inferior también al de los Estados Unidos (8.8 investigadores por mil de la PEA en 2005). Los mejor posesionados en este aspecto son Argentina (2.1 por mil) y Chile (2 por mil). Sin embargo, Brasil por su dimensión tiene el mayor número de investigadores en América Latina, 88 mil en 2005, seguido por México, 44 mil, y Argentina, 31 mil, ciertamente todos ellos muy distantes de los Estados Unidos que alcanzaba a tener 1.3 millones de investigadores.

La cantidad de investigadores tiene que reflejarse en la cantidad de publicaciones. En 2005, el número de citaciones en el Science Citation Index de las publicaciones realizadas en los Estados Unidos fue de 375.4 mil. Brasil alcanzó a tener 18.7 mil citaciones, México 7.5 mil y Argentina 5.7 mil. La situación de las mismas, medidas con relación al Producto Interno Bruto nacional (PIB) es dispar. Mientras Argentina, Brasil y Chile se encuentran en niveles similares a Estados Unidos, incluso Argentina con un valor superior, otros países como México, Colombia y Perú se encuentran muy por debajo de dicha referencia.

Ello tiene que ver con el nivel de gasto en ciencia y tecnología. En Estados Unidos dicho gasto alcanzó en 2005 a 2.6% del PIB. Del mismo, las universidades recibieron una proporción menor (17%) equivalente a 0.43% del PIB. En ese año, los países en América Latina con mayores gastos en ciencia y tecnología con relación al PIB, mucho menores que los de Estados Unidos, eran Brasil (1.12% del PIB) y, sorprendentemente, Perú (1.16%). Los que concentran una mayor proporción del gasto en ciencia y tecnología en las universidades son Perú y Colombia (60%), que son también los que realizan menos publicaciones y tienen menos investigadores.

Se esperaría que a mayor gasto haya más personas dedicadas a la ciencia y tecnología y que publicaran más. Sin embargo, tal relación no es lineal. De tal manera, con relación a Estados Unidos y en porcentaje del PIB, Brasil que tiene la mitad del nivel de gasto, tiene pocos investigadores aunque un nivel cercano en publicaciones. Esto último tiene que ver, seguramente, con que a pesar de que su relación de investigadores respecto a la PEA es reducida, como su población es muy elevada alcanza a tener una masa crítica de investigadores que no logran otros países latinoamericanos con mucha menor población.

Las características anteriores se ven reflejadas dramáticamente en los rankings internacionales sobre universidades. Según THES – QS World University Rankings[5] para 2007, dentro de las 400 universidades mejor calificadas en el mundo, lideradas por las universidades estadounidenses (Universidad de Harvard la primera) y en la que abundan universidades europeas y asiáticas, solo aparecen siete universidades latinoamericanas: tres brasileras, una mexicana, dos chilenas y una argentina.

Las universidades latinoamericanas mejor clasificadas dentro de dichas 400 son: Universidad de Sao Paulo, Brasil (puesto 175), Universidad de Campinas, Brasil (177), Universidad Nacional Autónoma de México (192), Pontifica Universidad Católica de Chile (239), Universidad de Buenos Aires, Argentina (264), Universidad de Chile (312) y Universidad Federal de Río de Janeiro, Brasil (338).

Entre la docencia y la investigación

La universidad es una comunidad de profesores y estudiantes para la producción y gestión del conocimiento. Por ello, parece obvio que esa comunidad se constituya en un centro de docencia y de investigación. Algunos añadirían a esas funciones misionales el servicio. Pero ello se desprende de las dos anteriores; es decir, debe servir a la sociedad enseñando lo que sabe y desarrollando nuevo conocimiento para luego transferirlo.

¿La precedencia debería estar en la docencia o en la investigación? Es claro que las universidades que no puedan dedicarse a la investigación en profundidad, por escasez de recursos o por preferencia, deberían centrarse en la docencia. Pero es absolutamente necesario para el país que algunas tengan a la investigación como su eje principal.

Además, deberían ser centros de docencia e investigación competitivos a nivel internacional. Pero es obvio que no podrá competir en la investigación básica ni en la de tecnología de punta, salvo en las ciencias sociales o en casos especiales[6], por la cantidad de recursos que implica, de la cual no disponen. Pero sí puede y debería competir en el desarrollo teórico adaptado o en el desarrollo de las aplicaciones requeridas a las situaciones nacionales.

Ciertamente, esos desarrollos teóricos y aplicados deberían concretarse en propuestas que contribuyan a la solución de los problemas de la sociedad. En otras palabras, debería influenciar significativamente, ser referencia principal y ser parte en los debates sociales y en la formulación de las políticas públicas y de las nuevas reglas y normas que regirán a la sociedad. Es su obligación.


Los profesores, eje de la universidad

Tal papel deberá cumplirlo a través de sus profesores. El conocimiento no lo tiene la universidad como institución abstracta, tampoco lo tienen sus autoridades, lo tienen sus profesores quienes son los que lo desarrollan. Por otro lado, la universidad como un todo no puede comprometerse con posiciones particulares; debe hacerlo sólo en cuestión de principios generales.

Lo anterior implica reconocimiento social del profesor. Ese reconocimiento no nace ni se otorga por mandato o nombramiento, es el resultado de un proceso alimentado por sus aportes a la sociedad y por un comportamiento ético, competitivo, flexible, exigente y tolerante. Ese proceso implica para el profesor: 1) desarrollar y proponer ideas, 2) convocar y participar en foros y debates relevantes y oportunos, 3) publicar en revistas reconocidas y leídas 4) educar y preparar a sus estudiantes como profesionales reconocidos.

Se necesita también que la universidad tenga y retenga profesores calificados que hagan parte de su planta, preferentemente con doctorados, mínimo maestrías. Necesita, que sean un número suficiente para constituir una masa crítica que les permita confrontar sus ideas, primero, entre ellos mismos como sus pares más próximos. Implica que los salarios que ofrezca sean competitivos, no necesariamente superiores a los del mercado si son complementados con reconocimientos y apoyos financieros. Sí se requiere que sean razonables, es decir que permita a los profesores despreocuparse de la generación de otros recursos para atender sus condiciones de vida.

Implica así mismo una carrera profesoral que condicione salarios y estatus con calificación y producción intelectual. En muchas universidades latinoamericanas dicha carrera se encuentra ya en vigencia. Las pioneras fueron casi siempre las universidades públicas seguidas por las universidades privadas más importantes. Ello representa un avance importante que debe generalizarse y, sobre todo, consolidarse con los reconocimientos universitarios y sociales mencionados.

Todo ello es posible, en un ambiente propicio y cordial, con una administración universitaria a cargo de gestores universitarios que tengan como horizonte servir a profesores y estudiantes y facilitarles sus tareas y que, por lo tanto, acepten la preeminencia de los profesores y de la academia en los ámbitos universitarios, incluso en términos salariales, como ocurre en las universidades estadounidenses.

La orientación de la investigación y la docencia

La universidad latinoamericana debe afrontar y contribuir a crear riqueza y a resolver la pobreza, inequidad y exclusión social que agobian a su sociedad. Por tal razón, la investigación y la docencia deberían concentrarse en entender esas cuestiones, que son éticas, económicas, políticas, sociales, tecnológicas, en diseñar, consecuentemente, soluciones eficaces y eficientes para tales desafíos y en participar en las mismas.

Por otro lado, su orientación disciplinar debería concentrarse a partir de las ventajas comparativas de la institución; es decir escoger entre lo que hace, aquello que puede hacer mejor comparativamente a otras instituciones, aunque estas otras tengan ventaja absoluta en esa disciplina. Sin duda, debe responder también a los requerimientos de la sociedad. Esas ventajas tienen que ver con localización, recursos naturales próximos y, sobre todo, con disponibilidad de profesionales calificados.

Las universidades latinoamericanas actuales, salvo excepciones, tienen pocas ventajas competitivas (ventajas absolutas) en el desarrollo de las diversas disciplinas. Pero, sin duda, tienen ventajas comparativas en varias de ellas y, ciertamente, pueden construirlas de acuerdo a las urgencias que deseen responder y a las que la sociedad demanda.

Escoger la orientación de su docencia y de su investigación es, en primer lugar, un ejercicio de libertad académica y de interés para el profesor-investigador, pero debería ser relevante a la sociedad. Es su obligación escoger en ese sentido. La universidad como institución puede promover y estimular investigaciones en temas relevantes a través de incentivos ad-hoc.

Las investigaciones no concluyen con los resultados; deben difundirse a la sociedad. Conocimiento no socializado no es conocimiento; cuanto más conocido más valorado. Esa difusión requiere debate, publicaciones, foros, conferencias. Para ello, cada profesor debe desarrollar, hasta donde sea posible, su propio texto y los profesores vinculados alrededor de una disciplina o de un tema deben publicar, por lo menos semestralmente, su revista académica y realizar una vez al año una Conferencia alrededor de un problema vinculado a sus investigaciones.

Del pregrado al postgrado: los estudiantes

El otro estamento constitutivo de la universidad son los estudiantes. Buenas universidades son una feliz combinación de buenos profesores y buenos estudiantes actuando en ambientes propicios.

El reconocimiento social de los estudiantes implica que sean también éticos y competitivos y, sobre todo, capaces de analizar, criticar y proponer en ambientes exigentes. Implica que obtengan buenas calificaciones en exámenes inter-programas, participen activamente en eventos estudiantiles, publiquen frecuentemente sus trabajos y cuando se incorporen al mundo laboral lo hagan de forma eficiente y colaborativa.

Ello pasa por una adecuada incorporación, transformación y transmisión del conocimiento, es decir por una buena formación en ambientes que estimulen la dedicación y faciliten el aprendizaje. La actual formación, en programas o carreras que se inician con el ingreso a la universidad, pretende que el estudiante opte por alguna profesión desde su ingreso a la universidad, cuando aún no tiene bien definidas sus preferencias y sus habilidades. Ello conduce a niveles de deserción elevados en los primeros semestres universitarios y, por lo tanto a un desperdicio de tiempo y recursos, en perjuicio, en primer lugar, del propio estudiante, y también de la institución y de la sociedad.

Por otro lado, con el cada vez más rápido avance y transformación del conocimiento y de la tecnología, tratar de identificar qué tipo de profesional debería formarse y con qué conocimientos específicos es un imposible. No hay forma de saber cómo será ese profesional del futuro ni cuál será el desarrollo de su disciplina.

Por eso, la formación del estudiante, particularmente en el pre-grado, debe proporcionarle, fundamentalmente, conocimientos básicos e instrumentos de análisis y de adquisición y selección de información para el desarrollo de sus capacidades, competencias y habilidades. Debe también proporcionarle capacidad de comunicarse verbalmente, en forma escrita y con instrumentos modernos; si no puede socializar sus reflexiones y análisis en forma eficiente, no podrá influenciar ni ser útil socialmente.

La formación universitaria debe facilitar también la comprensión de la complejidad del mundo real para que sea eficiente en el análisis. Actualmente, en gran medida, esa formación es parcelada y excluyente de otras profesiones, cuando el mundo real es complejo y en el mundo profesional, en la mayor parte de los casos, las soluciones se desarrollan inter-disciplinariamente. Por ello, debe concluir en síntesis de teoría y práctica interactuando con varias disciplinas que le permita adquirir una visión comprensiva e integral.

Finalmente, la formación debe incluir el reconocimiento de las limitaciones de la ciencia y de las exigencias en la construcción del conocimiento: reconocimiento y respeto a lo precedente, originalidad y veracidad. Exige el reconocimiento de la inexistencia de la neutralidad de la ciencia, condicionada siempre por intereses. Debe inculcar la búsqueda de la verdad como valor absoluto, por encima de conveniencias e intereses.

Para todo ello, la formación universitaria debe ser flexible, que enfatice la libertad y la responsabilidad. La flexibilidad debe concretarse en un plan de estudio individual de acuerdo a la particular preferencia, capacidad y habilidad del estudiante, aunque orientado por los profesores, en la definición de la secuencia de estudios, sin perjuicio de seguir una lógica de profundización progresiva, e incluso en la selección estudiantil de los profesores cuando posible. En forma consecuente, debe guiarse por resultados para poder corregir errores y reorientarse hacia aquella temática en la que el estudiante se descubra más competente y hábil.

La flexibilidad debe facilitarse por una matrícula que debe realizarse en la universidad y no en sus facultades. Ello ampliará el sentido de pertenencia del estudiante, incrementará sus redes sociales y le permitirá escoger entre la oferta total de asignaturas de la universidad. Para el efecto, las asignaturas que ofrezcan los departamentos deben ser abiertas a todos los estudiantes, con acceso restringido sólo por el avance formativo, independientemente de la profesión en la que quieran formarse. Más aún, el estudiante debería poder escoger entre la oferta de asignaturas y profesores no sólo de su universidad si no también de otras universidades, nacionales y extranjeras. Ello exige la multiplicación de convenios interinstitucionales que faciliten los intercambios correspondientes.

Todo lo anterior exige repensar la organización de la formación. Primero, debería iniciarse ofreciendo conocimientos básicos comunes a todos los estudiantes en un Ciclo Básico, luego desarrollar conocimientos profesionales en un Ciclo Profesional, más adelante hacer síntesis en un Ciclo Social (que puede ser parte del Ciclo Profesional) y, finalmente, profundizar sus conocimientos en un Ciclo de Post-grado. Algunas universidades ya han optado por esta organización con éxito.

Ciclo Básico

El Ciclo Básico debe proporcionar conocimientos, instrumentos e información básicos, comunes a todos los estudiantes, entrenar en comunicación y sentar las bases para el entendimiento de la complejidad. Debe ser el ciclo formativo.

La etapa formativa común a todos los estudiantes sería de cuatro semestres, con un número limitado de asignaturas semestrales, centrada en los temas básicos. No hay tiempo para profundizar una disciplina. En este Ciclo cualquiera aproximación a una profesión debe plantearse sólo como introducción y motivación, como electiva.

Las materias que mejor permiten abstraer y conceptualizar son la filosofía y las matemáticas;[7] mientras que la primera enriquece el razonamiento y muestra su avance a lo largo de la historia, las segundas posibilitan el manejo simultáneo y cuantitativo de muchas variables en forma ordenada y sistemática. El entendimiento del mundo físico y de la vida debe lograrse a partir de la física, química y biología.

La información debe girar alrededor de la historia y geografía; sólo sabiendo lo que pasó, por qué y en dónde es posible concretar una abstracción y proyectarla. Para comunicarse en forma adecuada es necesario saber hablar en público, saber escribir y saber manejar la virtualidad. El desarrollo de la sensibilidad se daría a través de materias vinculadas al arte.[8]

El entendimiento de la complejidad y continuidad del mundo real debe resultar de entender que éste se da a partir de comportamientos humanos, relaciones sociales, conflictos de intereses y de poderes. Ello exige conocer sicología, antropología, sociología, ciencias políticas y ética.

La flexibilidad aludida debería reflejarse, también, en la ubicación del estudiante en un determinado tipo de Ciclo Básico conforme a su mayor afinidad. La ubicación inicial no sería obstáculo para una variación de la selección al término de los dos primeros semestres. Podría pensarse en tres tipos de ciclo básico: orientado hacia las humanidades, hacia las ciencias y hacia las artes. Sin perjuicio de la formación común, la profundidad, número e intensidad de las materias básicas se daría en función de la orientación preferida.

Ciclo Profesional

En el Ciclo Profesional, de cuatro semestres, a partir del quinto, es donde debe darse la formación a un nivel intermedio en la profesión escogida por el estudiante. Debe iniciarse con las materias básicas de la profesión. Debe continuar con los temas que el estudiante quiera desarrollar de acuerdo a su particular preferencia. Con tan poco tiempo no es eficiente ofrecer una profesionalización dispersa. La flexibilidad debe ser la base de la organización de los estudios.

En el último semestre del pregrado, el estudiante debería ser capaz de sintetizar sus conocimientos interactuando con estudiantes de otras disciplinas, de tal manera que el mundo real, complejo, no le sea ajeno cuando le toque enfrentarlo.

Este ciclo social debería formularse para que el estudiante, enfrentado a un problema del mundo real lo analice y ofrezca (no necesariamente a la comunidad en que se desenvuelve el proyecto) una solución académica desde su óptica, con las limitaciones propias de su nivel.

Esta práctica debería concretarse en: 1) un contacto con el mundo real a través de un proyecto, 2) un análisis del problema de ese mundo, en un laboratorio dirigido, organizado en áreas alternativas de acuerdo a las preferencias del estudiante: social, empresarial, o tecnológica, en el confronte la teoría y aplique sus conocimientos, 3) en el desarrollo de una monografía, que resuma su experiencia, su análisis y su propuesta y 4) en un examen comprensivo de conocimientos adquiridos aplicados a la experiencia vivida.

Ciclo de Profundización: Maestrías y doctorados

Si la universidad quiere influenciar en la sociedad debe investigar problemas relevantes a ésta y soluciones posibles. Ello requiere conocimientos avanzados. En el pre-grado se aprehenden los conceptos e instrumentos básicos. Los más avanzados, los que corresponden a la frontera del conocimiento, se sitúan en los postgrados. Es allí donde se pueden plantear avances en la teoría, en la interpretación y adaptación de la misma

Por ello es necesario desarrollar las maestrías y doctorados, aumentar su número, sus estudiantes y sus recursos, para poder influenciar socialmente, con eficiencia y eficacia. Como se indicaba, esta es una de las mayores falencias de la universidad latinoamericana.

Se requiere también reforzar los postgrados con niveles de exigencia elevados. El profesor debe desarrollar conocimientos para poder atender el post-grado a un nivel avanzado y el estudiante debe plantearse hipótesis originales y una verificación de las mismas a través de modelos de análisis propios.

El post-grado debe ser la continuidad natural para quien desee profundizar sus conocimientos y está interesado en abordar en términos avanzados la solución de los problemas que la disciplina que escogió aborda.

Organización eficiente

La universidad como centro de investigación y docencia está sujeta a dos tipos de decisiones: académicas (qué y cómo investigar, qué y cómo enseñar) y administrativas (compras, ventas, contratos, atenciones, servicios, logística, etc.). Estas últimas sólo tienen sentido cuando se realizan en apoyo a las primeras. Las primeras deben ser responsabilidad de los académicos, la segunda de los administradores es decir de los gestores universitarios.

Los académicos son los investigadores y profesores; los administradores deben ser facilitadores. En las universidades modernas ello ha conducido a una preeminencia clara de la academia y de los académicos sobre la administración y los administradores universitarios. En la universidad estadounidense, prestigio, poder y dinero se obtienen, fundamentalmente, a partir del conocimiento socialmente reconocido, sobre lo que las universidades compiten. No se obtienen a partir de los cargos administrativos, llámense directores de programas o departamentos e incluso decanos o rectores.

Siguiendo esas líneas, modernizar la universidad latinoamericana implicará, ciertamente, un cambio profundo en sus preeminencias y en la manera en que se organiza y se maneja. Esa universidad moderna, que se organiza por ciclos académicos y por cuerpos temáticos, tiene como instancia de decisión máxima, a todo nivel, los consejos académicos constituidos por los profesores (Faculty en Inglés).

La organización latinoamericana actual, mayoritariamente de Facultades especializadas por temas, ocupaciones o profesiones induce a generar parcelaciones en la formación y en la investigación. El extremo, presente en muchos casos, es la generación de la llamada facultad feudo: sólo “tienen derecho” a opinar y participar en el tema respectivo los afiliados a dicha facultad.

Tal situación es claramente inconveniente. La ciencia no conoce límites ni autoridad, excepto las que se deriven del propio conocimiento. A su vez, la realidad es multifacética y multitemática. Lo lógico es que la organización administrativa de la universidad responda a tales hechos. De tal manera, los profesores deberían agruparse en departamentos temáticos y estos en facultades multitemáticas que respondan a la complejidad de la formación: pregrado, postgrado. Tal es, en gran medida, la organización de la universidad estadounidense. El pregrado podría subdividirse en facultades de ciclo básico (de estudios generales) y facultades profesionales, como es también en algunas universidades latinoamericanas.

En muchas universidades latinoamericanas existe una separación innecesaria entre la docencia y la investigación. La primera depende de los programas o carreras que, a su vez, están separados por niveles de pregrado y postgrado; la investigación de los departamentos. En general, programas y departamentos se agrupan en Facultades organizadas por temas.

Demasiadas fuentes de autoridad hacen ineficiente la toma de decisiones y el desarrollo de las operaciones; lo lógico es que los departamentos ofrezcan los programas. Si fuera el caso mantener autoridades administrativas separadas por el tamaño de los programas, la dicotomía se supera sí las decisiones académicas corresponden siempre a los profesores agrupados en el consejo respectivo.

A los profesores agrupados en departamentos y reunidos en consejo corresponde la orientación y contenido de sus disciplinas, profesiones u ocupaciones, la calificación de la calidad de las investigaciones, la definición de la secuencia y los pre-requisitos de las asignaturas[9], la aprobación de sus presupuestos, el ascenso de sus colegas, la incorporación de nuevos, las orientaciones a los administradores universitarios y su supervisión.

Los cargos administrativos asociados a las decisiones académicas, i.e. directores de departamento, deben rotar regularmente entre los profesores y no deberían dar lugar a remuneración adicional. En la universidad moderna, las remuneraciones adicionales se obtienen fundamentalmente por producción intelectual. Sin embargo, al suponer un sacrificio en la producción intelectual por la dedicación administrativa, cabría pensar en una bonificación eventual que, sin embargo, no debería implicar un incentivo a considerar la tarea administrativa como la primera tarea del profesor. Tampoco debería suponer preeminencia sobre el profesor; la preeminencia debe ser siempre académica.

De otra parte, convendría formar gestores universitarios. Muchos de los actuales docentes que se supone deberían estar haciendo investigación, no tienen ni la voluntad ni el interés para tal efecto. Sería mejor formarlos como administradores universitarios. De tal manera, no se correrá el riesgo de de perder un buen docente y ganarse un mal administrador.

Infraestructura y financiamiento adecuados

Una buena universidad requiere una buena infraestructura. En los tiempos modernos ésta debe entenderse no tanto como obra física sino como métodos de comunicación, procesamiento de información y relacionamiento virtual local, nacional e internacional. Sin embargo, ello no excluye reforzar las bibliotecas, la adquisición de libros, las oficinas de los profesores, las aulas y los centros de reunión de profesores y estudiantes.

Infraestructura para la docencia e investigación en una universidad moderna llevan, necesariamente, al tema del financiamiento universitario. Sin un financiamiento adecuado es imposible que la universidad pueda modernizarse.

Actualmente, la mayor parte de las universidades latinoamericanas se financian, en gran medida, con las matrículas estudiantiles. Tal situación es, ciertamente, apropiada para una situación en la que la universidad produce casi exclusivamente profesionales. Para el efecto, un gran número de universidades ha adoptado el sistema de créditos, a semejanza de las universidades estadounidenses.

El sistema de créditos para cobrar las matriculas es sensato y transparente y debería generalizarse. El valor del crédito debería reflejar los costos directos, derivados de los pagos a los docentes vinculados directamente a la temática que se imparte, y los indirectos, causados por la administración de la universidad que deberían distribuirse entre todos por igual. Por lo tanto el valor del crédito debería ser diferenciado de acuerdo a la temática con que se relaciona.[10] Por cierto, este esquema permite financiar a estudiantes de bajos ingresos estableciendo en forma transparente mayores valores por crédito; el subsidio resultante debería ser distribuido entre los estudiantes de menores ingresos.

En ese esquema universitario, usualmente, la industria no aporta a la universidad; básicamente porque no le es funcional. Como no produce investigación que pudiera serle útil, sólo espera de ella buenos profesionales. Sin embargo, la universidad no puede vivir aislada de la sociedad y en particular del sector productivo. La universidad moderna debe producir investigación y no sólo profesionales. De tal modo, como contrapartida, parte importante de su financiamiento debería provenir de la industria.

El financiamiento industrial de la universidad supone un riesgo, particularmente en temas que impliquen dilemas éticos y correspondan a situaciones de sectores industriales poco competitivos. En ellos, la investigación corre el riesgo de convertirse en publicidad pagada a favor de la industria o incluso de la dependencia estatal que la financia, a costa de la ética. Por ello, deben definirse políticas, normas y reglas de juego claras con la industria y buscar otras formas de financiamiento en dichas áreas, sustituyéndolos, por ejemplo, con financiamiento internacional, menos comprometido con intereses particulares. La independencia y libertad académica del investigador no puede quedar en duda.

El punto de encuentro entre la universidad y la industria deberían ser los institutos de la universidad. Dichos institutos deberían organizarse, principalmente, en función de las necesidades de la industria.[11] Los profesores investigadores podrían quedar afiliados a los institutos o a los departamentos, sin perjuicio de sus cargas investigativas y docentes mínimas.

Cuánto más funcional sea el instituto a los requerimientos de la industria más financiamiento recibirá y, por lo tanto, más investigación podrá desarrollar. Ello exige una investigación que, como se indicó, le sirva a la sociedad y, en particular, a la industria; orientada a sus demandas y a la solución de los problemas del sector productivo.

La relación entre universidad e industria es una forma importante de capital social. Cuando más coherente y más estrecha sea esa relación, que permita debates, foros, intercambio de experiencias e ideas, contribuciones mutuas, de una manera sistemática, abierta y franca, mayor será el efecto sobre la productividad de la economía y más propicio será el ambiente para el desarrollo económico.

Cuestiones finales

No existe sistema ni institución perfecta. La universidad latinoamericana moderna tampoco se construirá abruptamente, sobre todo si implica un cambio en la cultura dominante. Tomará tiempo y, seguramente, la solución de unos problemas dará lugar a la aparición de otros. Lo importante es que en el neto los avances sean mayores que los retrocesos.

Algunas pocas universidades latinoamericanas se encuentran avanzadas en el camino de esa modernización. Ésta no será única ni uniforme; contradeciría su espíritu. Sin embargo, sus rasgos fundamentales serán comunes: pre-eminencia de lo académico sobre lo administrativo, investigación y docencia exigentes y de calidad, participación en el debate social, flexibilidad en sus decisiones y en sus prácticas y, fundamentalmente, espíritu crítico.
Notas:

[1] Los autores agradecen los comentarios y las sugerencias de Yezid Pérez, Álvaro Botero, Mary Berríos y Carlos Novoa S.J, profesores de la Universidad Javeriana, Francisco Padilla, de la Universidad Panamericana, México, y de Luis Peirano, de la Pontificia Universidad Católica del Perú, a una versión previa del presente documento. Los errores y las propuestas remanentes son, obviamente, responsabilidad de los autores y no comprometen a la institución a la que se encuentran vinculados.
[2] Ph.D. en Economía y Master en Economía del Desarrollo por la Universidad de Boston, Master en Planificación Urbana por la Universidad de New York e Ingeniero Civil por la Pontificia Universidad Católica del Perú. Ha sido Director Gerente General del Banco Central del Perú, Asesor del Fondo Monetario Internacional a los Bancos Centrales de Guinea-Bissau y Angola y Director de la Maestría en Economía de la Pontificia Universidad Javeriana en Bogotá, Colombia. Actualmente es Profesor Titular en el Departamento de Economía de dicha Universidad.
[3] Odontólogo por la Pontificia Universidad Javeriana y Magíster en Salud Pública por la Universidad de Antioquia. Ha sido asesor del Ministro de Salud de Colombia y Decano de la Facultad de Odontología de la Universidad Javeriana. Actualmente es Profesor Titular y Director de los Postgrados en Administración de Salud de la Pontificia Universidad Javeriana.
[4] Información de la Red de Indicadores de Ciencia y Tecnología Iberoamericana e Interamericana (RICYT)
[5] http://www.topuniversities.com/. THES – QS World University Rankings son producidos por Quacquarelli Symonds, firma establecida en Londres en 1990 con oficinas en Beijing, Paris, Singapur, Sydney, Tokio y Washington DC. El ranking es elaborado considerando “indicadores de resultados académicos y de investigación que incluyen revisión de pares académicos (con peso de 40%), citaciones académicas de miembros del cuerpo de profesores (20%), revisión de empleadores (10%), relación estudiante/profesor (20%), proporción de profesores (5%) y de estudiantes internacionales (5%) sobre los respectivos totales.”
[6] Por ejemplo, cuando los protocolos existentes en los países desarrollados inducen a que la investigación se desarrolle en los otros países.
[7] Revisión de matemáticas básicas, álgebra lineal, cálculo diferencial, cálculo integral, ecuaciones diferenciales, probabilidades, estadística.
[8] Dibujo, pintura, música, teatro, literatura, historia del arte.
[9] Esta definición es cuestionable si se aspira a formar estudiantes en libertad y responsabilidad; lo que cabría es proporcionar información para que ellos decidan sobre esa secuencia.
[10] Seguramente, créditos para estudiar ingeniería o medicina costarían más que créditos para estudiar literatura o sociología.
[11] Cabría plantearse institutos del petróleo, de la energía, de la biotecnología, de la construcción, de los textiles, etc.

sábado, 7 de febrero de 2009

El Inicio de una Nueva Era

Por: César Ferrari

* Publicado en La República de Bogotá el 29 de enero de 2009

“La pregunta que nos hacemos hoy no es si nuestro gobierno interviene demasiado o demasiado poco, sino de qué sirve: si ayuda a las familias a encontrar trabajo con un sueldo decente, una sanidad que puedan pagar o una jubilación digna.Tampoco nos planteamos si el mercado es una fuerza positiva o negativa. Su capacidad de generar riqueza y extender la libertad no tiene igual.

Pero esta crisis nos ha recordado que, sin un ojo atento, el mercado puede descontrolarse y que un país no puede prosperar durante mucho tiempo cuando sólo favorece a los que ya son prósperos.El éxito de nuestra economía ha dependido siempre, no sólo del tamaño de nuestro PIB sino del alcance de nuestra prosperidad, de nuestra capacidad de ofrecer oportunidades a todas las personas, no por caridad, sino porque es la vía más firme hacia nuestro bien común”.

Con estas palabras, con un reclamo a favor de la intervención del Estado en la economía, de la regulación de los mercados y de la preocupación no sólo por el crecimiento económico sino por la equidad, Barack Obama rubricó en su discurso inaugural el fin de la dominación neo-conservadora en el mundo (neo-liberal en Latinoamérica).

Duró casi tres décadas, se inició con la elección en 1979 de Margaret Thatcher en el Reino Unido y en 1981 de Ronald Reagan en Estados Unidos. Significó la preeminencia de las teorías económicas monetaristas, de la “nueva economía clásica,” del libre mercado, la autorregulación y el individualismo.

Termina con un fracaso gigantesco. Fue incapaz de explicar y prever el comportamiento económico y evitar una crisis de las dimensiones de la actual. ¿Por qué? Sus modelos tienen supuestos irreales, son matemáticamente elegantes, pero sin arraigo en la realidad, sólo sirven para auto explicarse, sus visiones agregadas desconocen la existencia de mercados diferentes, sus fallas y sus interrelaciones. Pareciera que fueron elaborados sólo para racionalizar y justificar la exclusión del Estado en la economía e incluso la inutilidad de la política económica.

Con Obama retorna Keynes y los keynesianos, es decir, más intervención del Estado en la economía, como ya está ocurriendo aceleradamente. Ello implica la visión contracíclica del gasto público y la redefinición tributaria no sólo para financiar al Estado sino para lograr mayor equidad.

Por otro lado, surgirán empresas públicas o mixtas, en gran parte por los rescates selectivos del Estado, que implica la resurrección del concepto de “industrias estratégicas” y la emergencia de reglas para evitar el clientelismo, garantizar una gestión eficiente y una supervisión independiente.

Y al dar más atención a los mercados, la nueva visión llevará a diseñar la política económica desde la microeconomía. Se traducirá así mismo en más regulación, particularmente en los mercados financieros y de servicios para proteger a los consumidores de la posición dominante que suele caracterizarlos.

Será también una expresión de un nuevo “Estado de Bienestar” que recuperará su presencia a través del gasto público en salud, educación y seguridad y protección social, que en las pensiones probablemente implicará su reorganización con base en el Estado y los fondos privados.

Y la nueva visión se extenderá a América Latina. Pero si no se adapta para promover también competitividad no significará crecimiento, estabilidad ni equidad.

Explicaciones desde una hamburguesa: Lo que cuenta una Big Mac

Por: César A Ferrari

Publicado en El Espectador de Bogota el 2 de febrero 2009

El índice sugiere que las monedas deben intercambiarse a la tasa que haga que precios de bienes internacionalmente comercializables sean iguales en diferentes países.
La última medición indica que en enero de 2009 una Big Mac costaba en E.U. US$3,54 y en Colombia US$3,11.


La tasa de cambio del peso colombiano respecto al dólar estadounidense ha retomado su senda devaluacionista. La caracterizó durante el segundo semestre de 2008, por lo menos hasta que el Banco de la República comenzó a realizar operaciones de contracción monetaria a partir de las reservas internacionales, según sus estadísticas semanales.


Dicha senda devaluacionista seguirá si continúa la contracción de la oferta de divisas y su demanda se mantiene mientras el ingreso no caiga suficientemente; a menos que una nueva intervención del Emisor la contraríe. Las razones de la menor oferta son obvias: menores valores de exportaciones por caída de precios internacionales, de remesas por desempleo en países desarrollados y de flujo de capitales por la crisis mundial.


Sin duda, la devaluación de la tasa de cambio ha generado competitividad en beneficio de los productores nacionales que exportan o que compiten con importaciones. Para algunos es suficiente. Recomiendan detenerla incluso reduciendo reservas internacionales. Su continuidad podría traducirse en una peligrosa inflación. Además, por cuenta de la devaluación la bolsa continuará cayendo y eso también perjudica a otras gentes.


Pero, ¿la devaluación ocurrida es suficiente? Es decir, ¿ha generado un nivel cambiario que permite competir internacionalmente, más aún cuando otros países, por las mismas razones, también están devaluando o restringiendo sus importaciones?


Afortunadamente existe una manera de comparar las tasas de cambio entre países y de medir cuán competitivas resultan internacionalmente: el “Índice Big Mac” de la revista The Economist. El mismo está basado en el concepto de “paridad del poder de compra”, el cual sugiere que las monedas deben intercambiarse a la tasa que haga que los precios de los bienes que pueden comercializarse internacionalmente sean iguales en los diferentes países.


La lógica del índice es simple. La hamburguesa Big Mac es un bien transable internacionalmente compuesto de una canasta amplia de productos: agrícolas (tomate, lechuga), pecuarios (carne), industriales (pan, condimentos, aceite) y de servicios (electricidad, mano de obra, etc.). Además, como es un producto estándar y se produce de manera similar en todo el mundo, cualquier diferencia en los precios domésticos no reflejaría diferencias en productividades; es decir, en todo el mundo se producen con la misma cantidad de insumos, mano de obra y máquinas. Para poder comparar internacionalmente dichos precios domésticos The Economist los convierte a dólares.


Como en todo el mundo la Big Mac es la misma, se elabora con la misma productividad y se vende en mercados muy competidos (hay muchos productores de hamburguesas), lo que finalmente hace la diferencia en el precio en dólares es la tasa de cambio de la moneda de cada país frente al dólar, lo cual reflejaría las diferencias entre países de los otros precios de factores e insumos.


Recientemente The Economist publicó su última medición. Ésta indica que en enero de 2009 una Big Mac costaba en China US$1,83, en E.U., US$3,54 y en Colombia, US$3,11. De tal modo, las tasas de cambio en China y Colombia estaban sobredevaluadas en 48 y 12%, respectivamente.
La situación era distinta en julio de 2008. Entonces, el precio en dólares de una Big Mac colombiana sugería que la tasa de cambio en esa fecha era desfavorable en 9%, mientras que la tasa de la moneda china era favorable en 48,7%.


De tal modo, mientras que en enero de 2009 la diferencia de competitividad cambiaria de la moneda colombiana frente a la China, el principal competidor mundial con quien hay que compararse, era de 36,3 puntos porcentuales en favor de los chinos, en julio de 2008 era de 57,7 puntos. Mejor dicho, aunque entre julio de 2008 y enero de 2009 se produjo una notoria mejoría en la competitividad del peso colombiano, aún no se ha devaluado suficientemente.


En ese contexto, aun después de la devaluación ocurrida, no es una sorpresa que a los colombianos les resulte muy difícil competir con los productores chinos; mucho peor en julio de 2008. Así, la tasa de cambio colombiana debería continuar devaluándose hasta encontrar un nivel de competitividad adecuado y luego mantenerlo como hacen los chinos. Si produce inflación, será por una sola vez y será el costo de volverse más competitivo.


La cuestión es importante: la crisis de las economías estadounidense, europea, japonesa y de la venezolana y ecuatoriana está reduciendo sus importaciones y si los productores colombianos no adquieren una adecuada competitividad cambiaria no podrán sustituirlas, más aún, serán desplazados por otros más competitivos.


Más grave, si a fin de reducir los efectos de la crisis se produce una expansión contracíclica del gasto fiscal, como prometen las autoridades, y la producción nacional no es suficientemente competitiva, dicha expansión no se traducirá en más producción ni más empleo sino en más importaciones.


*Ph.D., profesor, Pontificia Universidad Javeriana