César A. Ferrari, Ph.D.
(Publicado en Hoy en la Javeriana, Noviembre-Diciembre 2014)
Las secuelas de la Gran Recesión mundial 2008-2009 siguen vigentes. La economía estadounidense no logra recuperarse plenamente, gran parte de la europea está en recesión, y la china está desacelerándose a un desacostumbrado 7.5% anual: si sus principales socios comerciales no compran más, no tiene a quien vender ni para qué producir más.
La consecuencia son menores demandas que inducen menores precios mundiales de las materias primas, como ocurrió en 2008-2009. La reducción en el precio petrolero resulta más intensa por el aumento de la producción no convencional en los Estados Unidos.
El precio petrolero es importante para las empresas petroleras y el fisco colombiano: su disminución reduce las utilidades de las primeras, y para el fisco la recaudación del impuesto a la renta, las regalías petroleras y los dividendos pagados por ECOPETROL.
Los menores ingresos fiscales significarán un aumento del déficit fiscal y si no logran reemplazarse por otro medio (está en discusión una controversial reforma tributaria), obligarán a reducir el gasto dado el mandato legal de equilibrio fiscal. Lo cual quiere decir menor construcción de infraestructura y menor demanda interna; a menos que el Gobierno cambie y asuma una mayor deuda.
Las exportaciones petroleras son también la principal fuente comercial de divisas en Colombia. De tal modo, menores ingresos de divisas inducen devaluación cambiaria, como la observada. Ésta, a su vez, induce a las empresas endeudadas en el exterior a adelantar el pago de sus deudas y a evitar esa fuente de financiamiento; lo que aumenta la demanda de divisas y reduce su oferta. Consecuentemente, induce mayor devaluación que aumenta el valor en pesos de la deuda pública externa, su servicio y, por lo tanto, el déficit fiscal.
La devaluación se traduce también en mayores precios domésticos de los bienes importables y exportables que no experimentan reducciones en sus precios internacionales. La mayor inflación no ocurriría si la devaluación se compensara reduciendo las tasas de interés. Pero esta reducción resulta difícil por las imperfecciones de los mercados de crédito colombianos, en particular del de consumo que según el Banco de la República funciona casi como un cartel.
Por cierto, la devaluación beneficia a los productores de bienes y servicios que exportan y que compiten con importaciones, gran parte de la economía. Y si el gobierno traslada los menores precios petroleros a las empresas aumenta su competitividad: la energía es una parte importante de sus costos. Debería hacerlo: mientras que en un año, a octubre, la caída de los precios petroleros fue de 16.3%, la devaluación fue de 8.5%.
Mejor dicho, lo que suceda en 2015 no depende sólo de los precios internacionales sino de lo que haga el Gobierno: 1) Si la reforma tributaria penaliza a las empresas y libera a sus dueños, castigará la inversión y el crecimiento futuro a cambio de favorecer su consumo y el presente; 2) Si financia su déficit externamente, las divisas que importe frenarán la devaluación y el incremento de la competitividad empresarial, como en 2009; 3) Si no traslada los menores precios petroleros adecuadamente, los consumidores y las empresas no se beneficiarán de menores costos y éstas no incrementarán su competitividad; 4) Si el Banco de la República decide que la devaluación produce inflación excesiva, aumentará su tasa de interés que se trasladará a las tasas comerciales, reducirá el crédito y la demanda doméstica y aumentará los costos de las empresas.
Sólo un modelo de equilibrio general computable que simule esos diversos escenarios, con consideraciones muchas veces contradictorias, puede proyectar sus resultados. El mismo permite estimar que en 2015 la economía colombiana podría crecer alrededor de 4.25%, dependiendo de las políticas fiscales y monetarias seguidas. No parece mal, podría ser mejor.
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