Publicado en La República de Bogotá el 8 de abril de 2009
César Ferrari, Ph.D., Profesor Pontificia Universidad javeriana
Hace poco el Dane anunció la tasa de crecimiento de la economía colombiana: -0.7% para el cuarto trimestre y 2.5% para el 2008, frente al 7.5% del 2007. ¿Sorpresa? Ninguna. Era previsible.
Con el ciclo internacional en auge, demanda y precios internacionales de commodities y remesas aumentaron. Y con tasas de interés elevadas, los capitales fluyeron.
Los mayores ingresos los percibieron propietarios, directivos y trabajadores productores de esas materias primas, y luego los que les vendían bienes y servicios (construcción, servicios personales, bienes de lujo). Tal expansión del ingreso se tradujo en crecimiento económico y disminución de pobreza.
Los mayores ingresos externos implicaron también mayor oferta de divisas que revaluó la tasa de cambio. La revaluación compensó en parte el aumento de los precios internacionales de alimentos, combustibles y metales. Las autoridades monetarias hicieron poco para evitarla, pues reducía la inflación.
La revaluación acumulada llegó a ser tan significativa que la correspondiente pérdida de competitividad cambiaria hizo que gran parte de la producción de bienes y servicios transables, los que no se beneficiaban de los precios internacionales elevados, dejara de ser competitiva: flores, textiles, electrodomésticos, metalmecánica, confecciones, calzado, etc. Así, las importaciones aumentaron más rápidamente que las exportaciones.
Consecuentemente, la economía colombiana se desaceleró: 4.1% en el primer trimestre 2008, 3.9% en el segundo, 2.9% en el tercero y -0.7% en el cuarto.
Y ello ocurrió antes del arribo pleno de la crisis mundial que significa caída de demanda y precios internacionales y menores remesas y flujos de capitales. El Gobierno estima los menores ingresos externos en US$10 mil millones…; la cifra puede ser mucho mayor. Encuentran una economía que se desaceleró por cuenta propia, con desempleo de 14.2%, déficit fiscal y sector externo deficitario.
Una caída de ingresos externos de tal magnitud, implica, necesariamente, una caída de ingresos internos, mayor por el efecto multiplicador de los primeros. Ambas caídas significan devaluación cambiaria, inflación y recesión.
Para minimizar la recesión es necesario crear ingreso interno y la única manera es a través del gasto fiscal porque es el único componente autónomo que compone la demanda en los mercados. Las demandas de familias, empresas e inversión dependen de los ingresos y ¡estos están cayendo!
Pero las autoridades económicas en lugar de aumentar gasto fiscal y reducir impuestos, como hace todo el mundo, están basando sus estímulos anti-crisis en más créditos para automóviles y electrodomésticos y más subsidios para vivienda.
El paquete fiscal que presentaron hace un par de meses por $55 billones no fue creíble: $32 billones eran inversión privada, en parte descartada por la crisis, y el resto correspondía a proyectos antiguos por realizar en los próximos años.
Es muy difícil que créditos y subsidios aumenten. El crédito depende de su disponibilidad y de tasas de interés que aún son altas pero, particularmente, de ingresos. Los subsidios requieren que los interesados tengan ingresos adecuados para respaldar el crédito complementario. Pero la recesión produce caída de ingresos.
Más aún, en plena crisis las autoridades han decidido mantener precios administrativamente elevados de los combustibles y aumentar impuestos territoriales… ¡Increíble! Simplemente más leña al fuego de la recesión.
Sin un plan adecuado, cada día que pasa se agrava la recesión y con ello el desempleo. Es urgente repensar las cosas.
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