Por: César Ferrari
Publicado en La República, Bogotá,10 de febrero 2009
El pasado jueves 5 de febrero el presidente Obama defendió en el Washington Post su plan para combatir la crisis económica a partir de un gasto público sin precedentes.Fue contundente su rechazo a las teorías del pasado régimen, que pretendían resolver los problemas económicos reduciendo impuestos a los ricos, acusándolas de causar los graves problemas que afectan a Estados Unidos al aplicarse durante demasiado tiempo:
“En días recientes se han dado críticas equivocadas a este plan que hacen eco de las teorías fallidas que nos condujeron a esta crisis: la noción de que solo la reducción de impuestos resolverá todos nuestros problemas, que podemos resolverlos con medidas incompletas y desconectadas, que podemos ignorar nuestros desafíos fundamentales tales como la dependencia energética y los altos costos en el cuidado de la salud y, aún así, esperar que nuestra economía y nuestro país prosperen.
Rechazo esas teorías como lo hizo el pueblo estadounidense cuando fue a las urnas y votó decididamente por el cambio. Ellos saben que hemos empleado esos métodos por demasiado tiempo. Y por ello nuestros costos en el cuidado de la salud se han elevado por encima de la inflación. Nuestra dependencia del petróleo extranjero aún amenaza nuestra economía y nuestra seguridad. Nuestros niños todavía estudian en escuelas que los colocan en desventaja. Hemos visto sus consecuencias trágicas cuando nuestros puentes colapsan y nuestros diques fallan.”
Orientaciones y comportamientos parecidos hemos visto en América Latina en las últimas décadas. Durante muchos años se ha insistido en unas mismas políticas a pesar de sus fracasos. Y cada vez que se reclamaban mejores resultados, se prometían próximos éxitos argumentando que lo que faltaba era persistir en lo mismo. Juzgar por resultados y modificar de acuerdo a las circunstancias dio paso a la ideología y a las teorías que la respaldaban sin cuestionamientos a la relevancia de sus supuestos.
De tal modo, en gran medida, la política fiscal se desentendió de la compensación y del bienestar social, redujo los impuestos directos para sustituirlos por impuestos indirectos y pretendió que la educación y la salud fueran ofrecidas crecientemente por el sector privado sin consideración a los ingresos reducidos de la mayor parte de la población que tuvo que acceder a servicios de poca calidad compatibles con dichos ingresos.
Y la política monetaria se empleó casi exclusivamente para combatir la inflación y se descuidó sus efectos generadores de tasas de interés elevadas y tasas de cambio deprimidas que reducen la competitividad de las actividades productivas de bienes y servicios transables y, con ello, la inversión en las mismas.
Y la política de regulación permitió que los servicios públicos y financieros actuaran sobreprotegidos en mercados poco competidos. Con ello, aunándose a lo anterior, mantuvieron tasas y comisiones muy superiores a las internacionales perjudicando también la competitividad del resto de la actividad económica.
Así, en casi toda Latinoamérica progresaron casi exclusivamente los servicios sobreprotegidos y las actividades primarias, poco generadoras de empleo, que se beneficiaban de precios internacionales elevados. Y aunque en parte se modernizó, se des-industrializó, se hizo más dependiente de los ciclos internacionales, redujo su posibilidad de crecimiento sostenido de largo plazo y agudizó su desigualdad social.
¿Será posible que aprendiendo de resultados rediseñemos nuestras políticas económicas… como lo está haciendo Estados Unidos?
Publicado en La República, Bogotá,10 de febrero 2009
El pasado jueves 5 de febrero el presidente Obama defendió en el Washington Post su plan para combatir la crisis económica a partir de un gasto público sin precedentes.Fue contundente su rechazo a las teorías del pasado régimen, que pretendían resolver los problemas económicos reduciendo impuestos a los ricos, acusándolas de causar los graves problemas que afectan a Estados Unidos al aplicarse durante demasiado tiempo:
“En días recientes se han dado críticas equivocadas a este plan que hacen eco de las teorías fallidas que nos condujeron a esta crisis: la noción de que solo la reducción de impuestos resolverá todos nuestros problemas, que podemos resolverlos con medidas incompletas y desconectadas, que podemos ignorar nuestros desafíos fundamentales tales como la dependencia energética y los altos costos en el cuidado de la salud y, aún así, esperar que nuestra economía y nuestro país prosperen.
Rechazo esas teorías como lo hizo el pueblo estadounidense cuando fue a las urnas y votó decididamente por el cambio. Ellos saben que hemos empleado esos métodos por demasiado tiempo. Y por ello nuestros costos en el cuidado de la salud se han elevado por encima de la inflación. Nuestra dependencia del petróleo extranjero aún amenaza nuestra economía y nuestra seguridad. Nuestros niños todavía estudian en escuelas que los colocan en desventaja. Hemos visto sus consecuencias trágicas cuando nuestros puentes colapsan y nuestros diques fallan.”
Orientaciones y comportamientos parecidos hemos visto en América Latina en las últimas décadas. Durante muchos años se ha insistido en unas mismas políticas a pesar de sus fracasos. Y cada vez que se reclamaban mejores resultados, se prometían próximos éxitos argumentando que lo que faltaba era persistir en lo mismo. Juzgar por resultados y modificar de acuerdo a las circunstancias dio paso a la ideología y a las teorías que la respaldaban sin cuestionamientos a la relevancia de sus supuestos.
De tal modo, en gran medida, la política fiscal se desentendió de la compensación y del bienestar social, redujo los impuestos directos para sustituirlos por impuestos indirectos y pretendió que la educación y la salud fueran ofrecidas crecientemente por el sector privado sin consideración a los ingresos reducidos de la mayor parte de la población que tuvo que acceder a servicios de poca calidad compatibles con dichos ingresos.
Y la política monetaria se empleó casi exclusivamente para combatir la inflación y se descuidó sus efectos generadores de tasas de interés elevadas y tasas de cambio deprimidas que reducen la competitividad de las actividades productivas de bienes y servicios transables y, con ello, la inversión en las mismas.
Y la política de regulación permitió que los servicios públicos y financieros actuaran sobreprotegidos en mercados poco competidos. Con ello, aunándose a lo anterior, mantuvieron tasas y comisiones muy superiores a las internacionales perjudicando también la competitividad del resto de la actividad económica.
Así, en casi toda Latinoamérica progresaron casi exclusivamente los servicios sobreprotegidos y las actividades primarias, poco generadoras de empleo, que se beneficiaban de precios internacionales elevados. Y aunque en parte se modernizó, se des-industrializó, se hizo más dependiente de los ciclos internacionales, redujo su posibilidad de crecimiento sostenido de largo plazo y agudizó su desigualdad social.
¿Será posible que aprendiendo de resultados rediseñemos nuestras políticas económicas… como lo está haciendo Estados Unidos?
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